Ha pasado tanto tiempo esperando a que llegara este momento, que parece increíble sentir que ya esté aquí, esta vez de verdad. Ustedes me entienden.
Pararnos a pensar en que hubo un instante, no muy lejano, en que tuvimos que congelar los sueños, las ganas, las ilusiones… y cerrar el portón.
Un día en que tuvimos que irnos a casa y desde allí, vivir la semana más mágica del año. Se nos pedía algo que solo habíamos vivido en las calles, excepto cuando al cielo le daba por llorar en el momento más inoportuno.
Fueron muchos los sentimientos que habitaron en lo más profundo de nosotros: frustración, impotencia, dolor y lágrimas, entre muchos otros. Pero todo ello se hizo para evitar algo que iba más deprisa de lo que nuestra mente pudiera ser capaz de asimilar, devastando todo lo que se encontraba a su paso, sin tener en cuenta ni nada ni a nadie.
El silencio, acompañado de velas encendidas en los balcones de las casas fue la marcha que escuchamos en aquellos momentos.
Pasito a pasito, mantuvimos la fe cada día, cada minuto y segundo, entre rezos, soñando que acabara una pesadilla que dolía demasiado al mundo entero.
Hoy vuelven a encenderse las velas, a dar luz y calor, pero para iluminar nuestro caminar porque salimos de nuevo. Hoy se sienten los nervios cargados de pasión por lo que nos llena el alma.
Tras una larga espera, ya se ultiman los detalles para que la vida de Jesús y María ilumine de nuevo esas calles que un día estuvieron desiertas. Para que podamos acompañar a los que nunca nos soltaron la mano, a quienes nos protegieron ante la tempestad.
Despacito, así es.
Un paréntesis queda atrás para dar paso firme hacia adelante, con el sonido de un silencio, de tambores, cornetas, flautas traveseras…o el precioso arrastre de las zapatillas de esparto.
De nuevo el olor a incienso impregnará el aire y la emoción traspasará los ojos escondidos tras los capirotes.
Derecha adelante, izquierda atrás…despacito, para girar y adaptarnos al nuevo camino.
La voz del capataz dirigirá de nuevo tras escuchar esa saeta que brota llena de amor de esa voz delicada y valiente.
Con más ganas que nunca se bailará al compás de todos a una, sintiendo cada momento de gloria. Todos unidos.
La gente esperará con ganas inmensas el pasar de su Dios, de su reina ante sus ojos y eso, sencillamente será inexplicable.
Todo bajo un manto de estrellas, alguna más brillante que el resto dando la luz más bonita y la fuerza necesaria para continuar.
Y sí, se cerrará el portón de nuevo, pero no sin antes vivir la Semana Santa más esperada de nuestras vidas.
Tú ya en casa, y yo deseando ir a visitarte, una visita que ya estaba programada en mi calendario escolar y moría de ilusión porque llegará ese momento.
Pues aunque tu mente divagara y me doliera que ya no me recordaras, para tu querida ahijada, ese momento en que estaba contigo era luz y le daba fuerza.
En aquel momento era más ilusa que ahora, imaginando que llegaría una pastilla que te trajera de vuelta todos los recuerdos que estaban viajando lejos de tu mente. Diecinueve años más tarde esa pastilla milagros aún no ha llegado. Era sábado, lo recuerdo como si lo estuviera viviendo justo ahora. Lucía el sol en un cielo completamente despejado.
Era mediodía y justo entonces recordé una canción que quería mostrar a los míos, acababa de aprenderla en clase de música e hice algo no permitido en casa: levantarme de la mesa para amenizar la degustación con aquella melodía recién aprendida de la que me sentía muy orgullosa.
Antes del debut quería hacer un último ensayo en mi cuarto, un ensayo que se paralizó con el sonido de un teléfono.
Maldita llamada. Mamá lloraba, papá la abrazaba, hermana y yo recibíamos la primera bofetada de realidad de nuestras vidas…Injusto.
Tenía que preguntarte tantas cosas, tenías que disfrutar del momento en que me convirtiera en maestra. No era justo que Dios te hubiera llevado. No era el momento. Necesitaba a mi Claudio.
Me desgarré durante esa tarde, y el día siguiente, y después tantas y tantas veces…Aún eras joven. ¿Por qué? Han pasado años y en todos ellos has vivido conmigo, a mi lado. En cada momento, en los difíciles y en los calmados.
Este año, la injusticia ha vuelto a llamar a la puerta, llevándose a otro de los grandes maestros de mi vida. De nuevo mil porqués, de nuevo otra persona aún joven, de nuevo mil proyectos a la basura…
Allí arriba estáis los dos, y con vuestra dulce sonrisa recordaréis momentos vividos, risas, celebraciones y nos enviareis la fuerza que en ocasiones, flaquea…
Han pasado años, pero en todos ellos siento la mano suave de mi padrino, acariciando la mía, mirándome con dulzura, en la salita, contándome historias, enseñándome esa máquina de escribir una y otra vez.
Recuerdo todos y cada uno de los momentos vividos e imagino qué me aconsejarías en aquellos que se tornan complicados. Ante mis dudas, y también ante mis victorias.
Porque un día caminamos físicamente unidos, entonces me enseñaste los valores más importantes de la vida. Vivimos tanto y con tanto amor…
Un día fuimos felices y disfrutamos, hasta un doloroso… quince de febrero.
A veces me empuja el vaivén de las olas, sin mucho sentido. Hacia adelante, hacia atrás…como botella de cristal pero, sin nota.
Y sigue, y continúa.
A veces, me paro sobre la arena con las piernas cruzadas observando la calma y lo siento en mí, como si estuviera a mi lado y me sonriera.
En otras, el mar se vuelve bravo y amenaza tormenta. En ocasiones, es de noche y si, no lo es, las enormes nubes tapan tanto la luz, que lo parece. Y ahí me siento abandonada a mi suerte, y pienso en que tu mano me salvaría de ese vendaval.
Sí. También los hay, días de sol. Sol sin nubes, «tan pequeñitas que casi no se ven» dice una voz pueril. Días de sol en esta costa, y aseguro que ahí es donde más lo necesito, para compartir esos rayos con él. Para escuchar esa carcajada que abraza.
Porque a veces…a veces, la vida sigue, a su manera, con sus planes, olvidando los croquis que te has hecho. La vida continúa, no frena, ni siquiera cuando el semáforo está en rojo.
A veces mete sexta y otras, no parece ni que haya metido primera. Pero la vida sigue su curso. El que a ella le da la gana. Como un río que corre al mar, como ese niño que comenzó a dar sus primeros pasos. Sigue. Continúa. Y te abrazas a ella, aunque a veces la sientas enemiga.
Y es que, a veces, sigue y sigue y, caminando, puedes contemplar cómo sucedió todo, sin avisar. Vida traidora, que te dio de lado cuando tú tenías que mostrar el mejor regalo.
Mientras, aquí me paro. Respirando aire marino, que me trae suavidad de sus alas, porque a veces, la vida te abandona pero tu ángel protector, jamás.
El dolor no se puede medir. No hay un termómetro ni una prueba médica que te diga qué cantidad de dolor llevas.
Sólo uno mismo sabe cuánto de este le invade observando el dolor en su pecho, las lágrimas derramadas o las que se quedan en la garganta en forma de nudo cortando la respiración.
Uno lo puede intuir por las veces que permite al segundero dar trescientos sesenta grados… antes de poner el pie en el mundo.
No tengo el instrumento para calcular la cantidad exacta pero aseguro que esta partida ha dejado un dolor demasiado grande…
Aunque tuviera un aparato que lo pudiera medir, no lo necesitaría. Lo sé.
Porque simplemente duele.
Duele como la sal en la herida, como una mordida en el alma…Duele como si te arañaran la espalda mientras caminas. Duele mucho. Incluso más, muchísimo más. Duele…
Porque eras la luz en mitad de la oscuridad.
Porque tu risa era la sinfonía más bonita por la que cualquier película hubiera peleado.
Porque tu corazón era tan grande y tenía tanto amor que repartir… que aún nos hemos quedado hambrientos de él.
Porque tus manos siempre abrigaban del invierno mientras achuchaban fuerte susurrando «estoy contigo, tranquila».
Porque nadie piropeaba tan lindo, mientras sonreía esperando otra sonrisa de vuelta.
Duele porque tu humanidad era de esas que ya no quedan. Porque amabas de verdad. Siempre estaban tus brazos abiertos para acoger.
Porque sabías cómo vivir y dejar vivir…
Duele porque no querías irte y no queríamos que te fueras. Porque se ha hecho todo lo que se ha podido y hay impotencia, mucha…
Duele porque tú no merecías ni una milésima de dolor. Porque es demasiado duro saber que ya no hay tiempo a tu lado, ni caricias, ni susurros. Porque no sé vivir sin ti, porque a eso nadie enseñó. Porque quedaban muchos planes por cumplir…
Duele porque te quiero. Porque parte de lo que soy me lo enseñaste tú. Porque siempre me acogiste como si de una hija se tratara.
Has sido tan esencial… Nos hemos quedado sin una pieza tan clave de este puzzle…y ya nada es igual…
Ahora, me alimentaré de tus recuerdos para el resto de mi vida y te sentiré en cada paso que dé.
Escucharé tu linda voz en mi mente para que me acompañe en el silencio. Tu esencia será mi bandera.
Serás esa sonrisa eterna que tanto te caracterizaba. Esa que tantas risas nos ha sacado.
Serás ese ángel de la guarda…Serás esa… sonrisa de ángel…
Caprichosa la vida, aquella que puede darte el sol y la luna en el mismo momento. Es entonces cuando llega lo inexplicable; aquello que crees que jamás te va a tocar vivir de cerca, y aparece. Y duele el dolor ajeno, más si se trata de un trozo de cielo quien lo vive y tú solo quieres aliviarlo, suavizarlo, calmarlo… Así pues, rezas en las noches, pidiendo que sane, que todo vuelva a lo de antes, a lo normal. A ver su sonrisa y escuchar sus carcajadas, que ahora saboreas como nunca cada vez que se dejan ver y oír. Ahora solo son a veces, pero creías que eran para siempre. Como siempre, el ser humano creyendo que todo le pertenece para toda la vida. Fuerzas las palabras por mantener una sonrisa permanente que se ha tornado en intermitente, como una luz. Y sientes miedo cuando se queda oscuro. Buscas el hielo para el fuego, el azúcar para lo amargo y el alcohol para la herida . Y ahora, por cada media luna en su cara celebras una fiesta y pides que no se marche, que lo que se vaya sea otra cosa. Ves mucho más de lo que parece… atraviesas el mar de sus ojos para encontrar lo que busca esconder. Lo que no quiere que vean de ningún modo. Y la mente va mucho más allá de donde es lícito llegar, y pasa y traiciona…Pero luego llega el silencio, la calma y disfrutas la tregua, aprovechando para llenarte de todo lo que hay que dar.
En esta vida, de vez en cuando aparece alguien que da luz, te da esperanzas en el ser humano porque con estas personas hay prueba de que las bonitas almas también existen.
Y no se buscan, sencillamente aparecen acariciando, escuchando, ayudando…
Yo no imaginé que aquel día que atravesé aquella puerta tropezaría con una de esas fortunas que te da la vida.
Pero sí, pasó. Y yo cada día me siento más agradecida con el cariño y la bondad que me aporta.
Como tiene tantos kilos de amor encima, de forma silenciosa ha ido dejando fragancia de este amor sobre el papel y justo cuando ha visto la luz este manjar de hojas de sabiduría, nos hemos quedado sorprendidos.
Ella es así, una sorpresa en sí misma, una mezcla de sentimientos, un manojo de sentimientos, una sonrisa constante y una pureza gigante.
No podré olvidar el día que me sorprendió al escucharla presentando su libro y tampoco podré olvidar lo que sentí al abrir su maravilloso libro por esta página…
Deseo todo lo mejor, porque las personas como tú solo merecen eso. Esta maravilla se puede adquirir en la auténtica librería Alejandría de Azuaga, Badajoz pero también se puede encontrar mediante Amazon. Su nombre es «Sentires» y la bella persona que lo ha creado se llama Carmen Carrizosa, más conocida como «Carri«.
Te deseo todo lo bueno y todo el éxito, y ustedes no duden en adquirir esta joya porque es vitamina para el alma.
La impotencia de no poder apapachar con los brazos abiertos.
El agobio de que por mucho aire que inhales, no sea igual que antes por un bozal protector que no permite leer labios, ni contagiar sonrisas.
El cansancio de recibir constantemente mensajes que ya pesan, de tristes noticias, aunque de vez en cuando haya rayitos de luz, necesarios para calentar este frío y eterno enero.
La rabia de ver las rejas echadas, sin escuchar el vocerío, imaginando los sacrificios para continuar de quienes tienen las llaves de esos candados.
Las desesperación de esperar la solución que se va dando a paso de crucero, con la angustia de desconocer un futuro.
El dolor de las pérdidas, porque si, el ser humano es egoísta y lo demuestra quien incumple las normas sin importar lo que puedan perjudicar a quienes les rodean, pero también tiene empatía, y duele ponerse en pieles ajenas, pero es tan necesario...
El enfado al ver quienes más rebosados tienen los bolsillos de billetes tienen tan poco tacto, le dan la espalda al pueblo cuando este está bajo sus órdenes.
Ese enojo al ver cómo las mentiras se han sucedido diariamente sin el valor de reconocerlo ni pedir perdón.
La desilusión por ver cómo en vez de unirnos como hermanos, las manos se han alejado, y no precisamente por las medidas de seguridad.
El mareo por tantos cambios vividos en esta montaña rusa.
Y sí, hay buenas almas, hay avances, hay verdades y también algunos homenajes, a los que hay que sujetarse como un clavo ardiendo.
Sí, hay calma a veces y las miradas se han convertido en protagonistas. Pero también hay que hablar del desastre, del destrozo porque puede que hayamos estado rodeados de demasiados arco iris, demasiadas esperanzas cuando había muchísimas preguntas en el aire sin respuestas, tantas dudas...
Ojalá todo mejore, se llenen las calles de seguridad, de sonrisas, alegría. Que regresen los abrazos, besos, tan necesarios todos. Que vuelvan los viajes, los reencuentros. Las fiestas y hasta los burullos.
Y esto solo es un mililitro de emociones guardadas en el frasco de los sentimientos en tiempos de crisis.
Honestamente pienso que existe un maravilloso y especial vínculo entre un perrito y su dueño.
Puede parecer absurdo para quien lea esto y no tenga animales, pero creo que quien vive la vida sin la cercanía de un amigo canino, se está perdiendo algo verdaderamente auténtico.
Un amigo canino es de los pocos amigos fieles y leales que pueden permanecer a tu lado dando todo su corazón en esta era de la historia donde esos valores están en desuso.
Verás, no te juzga, no te hiere, acepta las condiciones que estableces, no se enfada ni te guarda rencor. Se acerca a ti cuando sabe que no estás bien, se queda a tu lado cuando sabe que necesitas un abrazo; a veces, hasta te los da, y te besa.
Así pues, te miran con sus ojos porque te leen el alma, te la sanan cuando está un poquito rota y se alegran eufóricamente cuando te perciben feliz.
Lamentablemente, por ley de vida, ellos se marchan antes y saben hasta despedirse. Son tan buenos, que no quieren incomodar con sus dolencias cuando éstas aparecen a edad avanzada o por una maldita enfermedad. Parece que se sintieran apurados por saber que los cuidados hacia ellos aumentan, por las circunstancias.
Cuando se marchan, un pedacito de ti se va con ellos; y otro pedacito de ellos se queda anclado en tu ser para siempre.
Si el amigo canino es quien tiene que despedir a su dueño, es tan duro para ellos…tan tan duro, que puede que sigan buscando a su dueño para toda la vida, o puede que ellos se marchen para siempre con su estrella.
Yo tuve que decir adiós a mi fiel amigo y también dar nuevas bienvenidas, solo por eso… Por ese enorme regalo que la vida y Dios me dieron me puedo sentir profundamente afortunada para el resto de mi vida.
Ojalá y disfrutéis de algo tan sincero como ese amor, se trata de un vínculo de ocho tumbado.
Este es un pequeño espacio que pretende dar libertad y consuelo a esas ideas diarias que suelen permanecer mudas por miedo a convertirse en palabras incomprendidas. Es un espacio para compartir y superar todo lo que vino y vendrá en la vida de alguien con ansiedad.